Menuda la que se ha liado con las cabalgatas de reyes este año, y no solo en Madrid, también en Valencia y otras localidades nos han tenido entretenidos a los adultos mientras los niños estaban a lo suyo, a ver a sus mágicas majestades, y a recoger caramelos mientras esperaban a los regalos de esa noche tan especial en la tradición española.

No ha sido así en la sierra madrileña, donde hemos tenido unas cabalgatas sin aspavientos, tristes en su mayoría, pero al menos sin reinventar la rueda.

Y es que este asunto de las tradiciones, especialmente en lo relativo a los festejos, siempre trae mucha cola. Pareciera que lo más importante que tiene que hacer una corporación es patrocinar unas buenas fiestas, y hasta los mismos ciudadanos nos dejamos llevar por esta especie de tontuna colectiva y, cada vez que llegan las fiestas patronales, ardemos en cólera ante cualquier cambio.

Aún recuerdo los líos de años pasados con las fiestas de, por ejemplo, Alpedrete, que le hacen dudar a uno si el cambio de gobierno en este bonito municipio fue debido a la tan cacareada necesidad de cambio o a la trifulca de la anterior alcaldesa a cuenta de los festejos taurinos.

Si uno está atento a las redes sociales, la actual plaza del pueblo aunque sea virtual, nada desata más pasiones que el calendario de fiestas y su programa de actuaciones, nada compite con este asunto en popularidad.

Pareciera que en lo único que nos duele a los vecinos que se gaste nuestro dinero es en las fiestas, bueno, más bien en el cómo se gaste.

Y esa es la cuestión, precisamente.

Porque ¿de dónde viene esa costumbre de subvencionar los festejos con el dinero de todos, nunca a gusto de todos? Es más ¿debemos seguir pagando todos unas fiestas que no satisfacen a nadie?

Siempre he sido defensor de que las fiestas las deben pagar quien las quiere. El ayuntamiento debe facilitar su celebración, o al menos no estorbar, pero con este sencillo principio se acabaría el debate, y los cabreos.

Esto me costó, hay que decirlo, más de una bronca en su momento con algún vecino defensor de la subvención lúdica, y algún consejo de políticos que me llegaban a decir que «si te metes con las fiestas no te vota nadie«, pero que le vamos a hacer, es lo que pienso.

Y es que cuánto mejor nos iría si las fiestas patronales las organizasen y pagasen las peñas, si las celebraciones religiosas las realizasen las parroquias y barrios, si los festejos taurinos los costeasen los propios aficionados.

Creo sinceramente que todos ganaríamos en el cambio e incluso tendríamos festejos más populares y a gusto de todos y, de paso, nos dejaríamos de distraer, y a veces hasta cabrear, con polémicas como las de los festejos taurinos, conciertos que no convencen a nadie o las dichosas reinas magas.

De paso, el dinero de los ayuntamientos se emplearía para lo realmente importante: los servicios, la limpieza, el transporte, los parados; esos asuntos que quedan en segundo plano cuando nos peleamos enfervorizadamente por las fiestas.


Columna de opinión del día 13 de enero de 2016 en el programa Hoy por hoy de la Cadena SER Madrid Sierra. También puedes escuchar el audio aquí mismo:

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