Cada día que paso dedicándome a la política más cuenta me doy de lo poco democráticas que son las mayorías absolutas, si, poco democráticas, me explico …
En un sistema parlamentario están contempladas las mayorías, y cómo no las absolutas, que permiten al gobernante ejercer su programa sin necesitar con los votos de los partidos de la oposición (palabra que no me gusta, pues la misma oposición me parece de connotación negativa, que no tiene porque ser tal). Pero ese mismo sistema parlamentario se supone que representa a todos los ciudadanos, que eventualmente ceden con su voto las mayorías, y las quitan.
Me dirás que si un partido ha tenido mayoría absoluta es porque los ciudadanos lo han votado así, cierto, pero eso no implica que a partir de ese momento se acabe la democracia. Y es que un voto que sabes que no va a poder cambiar nada es menos voto ¿no te parece?.
Y digo que se acaba la democracia porque, una vez un partido tiene mayoría absoluta, y la historia nos lo demuestra, se acabó contar y atender a las peticiones, reclamaciones, propuestas del resto de partidos, que no se nos olvide, representan a parte de la sociedad. Ni siquiera los votantes del partido mayoritario son «suyos» para siempre, es una cesión temporal de confianza para llevar a cabo un programa.
¡Ah, el programa!. Quizás ahí encontremos la justificación para que el partido mayoritario no cuente con el resto de representantes (me gusta más esto que «oposición«), pues se supone que …
- Los ciudadanos han votado al partido mayoritario para que aplique su programa electoral
- Es más … incluso se supone que esos ciudadanos han leído el programa electoral
- El programa está definido para solucionar los problemas de la sociedad, sin crear problemas nuevos
- El programa procura atender las necesidades de la mayoría de los ciudadanos, y solucionar discriminaciones negativas existentes
Pero ¿qué pasa cuando no se cumplen los supuestos anteriores?, no digamos cuando lo que propone – y ejecuta – el partido mayoritario no está siquiera contemplado en el programa. ¿Le autoriza su mayoría de votos a aplicar medidas no consensuadas o simplemente no votadas por todos los ciudadanos o sus representantes?.
Porque hay muchos casos en que esa mayoría absoluta no debería autorizar al partido que la ha obtenido a gobernar sin tener en cuenta al resto de representantes:
- La medida a aplicar no estaba en su programa
- La medida crea un problema que no existía
- La medida no soluciona el problema existente
- La medida no atiende a una mayoría de la sociedad
- La medida no soluciona discriminaciones negativas existentes
Pero la realidad es tozuda, y nos demuestra que cuando un partido obtiene mayoría absoluta, a partir de ese momento se cree en el conocimiento y autoridad absoluta, sin aristas, y con la capacidad parlamentaria o plenaria de gobernar sin contar con el resto de ciudadanos y sus representantes.
Da igual si la medida a aplicar atiende o no a la necesidad de la sociedad, el único criterio es la satisfacción de la necesidad del equipo de gobierno y «sus» votantes, sin tener en cuenta al resto.
Con la transparencia pasa exactamente lo mismo, y es que cuando uno se va alejando de la participación, cada vez se aleja más de sus semejantes y empieza a sentir el fantasma de la ocultación, a dudar de si mismo, consciente o no, por no haberse expuesto permanentemente al examen del resto de representantes, y por simple secuencia asociativa termina no mostrando aquello que hace y porque lo hace, sabiendo como sabe que es falible y no se ha abierto a opiniones diferentes que cuestionen sus decisiones y le permitan ser más objetivo, menos subjetivo, respecto a su ejercicio de gobierno.
¿Donde queda entonces eso de que el partido ganador debe gobernar para todos?, ¿por qué entonces no atiende sinceramente las peticiones y propuestas del resto de representantes de los ciudadanos?.
Quizás me digas que porque entonces tendríamos un país ingobernable, siempre en consultas, pero ¿no se trata de eso la democracia?, de consultar, de tener en cuenta a los ciudadanos a través de sus representantes electos. Entonces ¿por qué los «rodillos» de gobierno?. Sencillo …
Es pura naturaleza humana, y gobernar en solitario es más cómodo que verse cuestionado, sentirse infalible es más agradable que admitir que no se está en la posesión de la razón absoluta.
Y por ello, a pesar de que todos los gobernantes inician sus investiduras aludiendo al consenso, la transparencia y la participación, lo que cala rápidamente en la inteligencia colectiva como el modo correcto de hacer las cosas (incluso ellos se lo creen en ese momento), pronto se torna en sordera innata a los requerimientos del resto de representantes, que pasan a ser vistos como un estorbo contra la «importante labor de gobierno», basada en la confianza «dada por los ciudadanos».
Esto no es así solo en la política, ya digo que es naturaleza humana, y sobre todo mucho de cultura mediterránea, que cualquiera hemos podido comprobar en nuestros trabajos. También para mi fue un escollo que tuve que salvar en la empresa privada, adoctrinado como estaba de que el ejercicio de la dirección no debe ser cuestionado, de que la toma de decisiones debe ser patrimonio del mando y no de los empleados, a los cuales no se consulta, simplemente se les da órdenes.
Esta vieja, y errónea, costumbre directiva la superé con convicción, ejerciendo la participación bajo un simple criterio: que ninguna persona tiene el patrimonio del saber absoluto. Por ello siempre expuse cualquier nuevo reto a mis colaboradores y empleados para que, aunque la decisión final la tuviera que tomar yo, disponer de más puntos de vista que me ofrecieran una perspectiva más amplia del asunto. Gracias a esta práctica sencilla cometí menos errores y cuando había problemas también la solución estaba en mano de todos, pues todos han sido partícipes.
Actualmente, cuando tanto la educación como la cultura empresarial se dirigen hacia el crowdsourcing y el aprovechamiento de la inteligencia colectiva, es anacrónico que las instituciones que gobiernan a esos mismos ciudadanos que ya han abierto su mente a la democracia social sigan ancladas en modelos caducos de ejercicio de la dirección, en este caso de municipios o países.
Tenemos las herramientas, tenemos la predisposición, disponemos de unos ciudadanos que ya saben como socializar las ideas, incluso las ideologías, que son capaces de cuestionar y cuestionarse. A ver lo que tardan las estructuras – especialmente – de los viejos partidos en asumir que la participación, la transparencia y el crowdsourcing en política no debe ser una opción sino una obligación para con sus gobernados, que son todos, no solo los que los votaron.
El uso de la inteligencia colectiva no eximirá al gobernante de la toma de decisiones, pero si le abre a otros puntos de vista más allá del suyo y de sus acólitos, atenazados por el mismo síndrome del «porque yo lo valgo«, permitiéndole disponer de más datos objetivos y subjetivos externos acerca de los problemas y su gestión.
La llamada Política 2.0 debe atender a estos nuevos paradigmas que la sociedad ya está asumiendo como propios, debe reinvertarse para representar mejor a unos ciudadanos que ya son 2.0.
Porque ejercer la Política 2.0 no es crear perfiles en redes sociales, ni siquiera usar esas redes para transmitir las ideas de siempre, Política 2.0 es formar parte de las redes en las que ya están los ciudadanos y comunicar en un mismo plano, no desde la palestra, entendiendo que comunicar es una acción de doble vía, en la que la principal actitud para el político en estas redes abiertas debe ser de parte receptora en esa comunicación: la escucha. Ser político 2.0 no es «comunicar a«, sino «comunicar con«, también con el resto de representantes de los ciudadanos en las instituciones.
Y no hay muchos políticos 2.0, al menos de momento.
Y, como estas sin mis impresiones, me gustaría conocer las tuyas … sean las que sean, pues igual estoy totalmente equivocado, pero la diferencia es que estoy dispuesto a asumirlo, y por eso expongo mis opiniones en este medio abierto, 2.0 si quieres llamarlo así.
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