Cualquiera que me conozca sabe de sobra que soy un enamorado de los blogs, por muchos motivos, pero principalmente por la libertad que ofrecen al escritor para tener su «libro» de manera instantánea, sin requisitos previos ni concesiones.
Esa libertad, al final, también se convierte en atadura, pues el blog también conlleva su parte de diario personal, de estandarte de marca de cada uno, de conversación y compromiso con una audiencia – por pequeña que sea – que te fuerza a mantener ese «libro» abierto y con buena salud, pero es pequeño precio el que hay que pagar.
Bien, pues hace unos días me despertaba con dos artículos que me han hecho reflexionar sobre todo este asunto de la hiperconectividad, la Web 2.0, la política y la madre que la parió.
Uno, de Cristina Fallarás, donde aludía a la necesidad de volver a disponer sosiego, espacio personal, pero sobre todo tiempo para recuperar el placer de la lectura, la reflexión, y en eso basaba su abandono de Facebook y Twitter.
El otro, de Manuel Almeida, en el que, a la búsqueda de esos mismos remansos de humanidad frente a la inmediatez, nos confesaba su alejamiento paulatino de la hiperconversación, del exceso de palabras y ausencia de contenidos.
Me he visto reflejado en ambos, no cabe duda, pues con Cristina comparto esa creciente necesidad de la lectura reposada, racional y con tiempo para el análisis que se hace casi imposible en la hiperconversación de las redes sociales, donde prima el texto como titular por encima de la reflexión incompleta.
Porque, no sé si por limitación o cultura, no soy persona de compendiar un pensamiento en 140 o 500 caracteres, pues las conclusiones se pueden «titularizar» pero no las experiencias, y a las conclusiones se llega a través de un proceso, unas vivencias, un desarrollo que, normalmente, considero necesarios para comprender lo que se quiere transmitir.
Reconozco, y admiro, las mentes brillantes que son capaces de telegrafiar sus pensamientos y razonamientos en una sola frase corta, pero hasta de esas personas busco siempre conocer qué les ha hecho llegar a la declaración, quizás porque mi manera de entender las cosas tiene que ver más con el camino que con la meta.
Creo profundamente que lo que lleva a alguien a ser memorable es el trayecto recorrido, no el premio recogido como galardón de esa consecución, y que sin conocer las rutas, atajos, incluso tropiezos, de alguien por el camino de la vida no se termina de conocer realmente a esa persona, mucho menos de aprender de ella y de las revelaciones, logros y sinsabores que la han llevado a ser lo que es.
Pero también comprendo a Manuel y su defensa de la necesidad de la comunicación 2.0 y su necesaria inmediatez, a pesar de la aparente contradicción entre la premura y la reflexión, pero sobre todo por su valor como información y herramientas de libertad, que dejan por el camino, consciente o inconscientemente, otros valores.
No son las redes sociales las que hacen inconsistente la comunicación sino el mal uso que se haga de ellas, utilizándolas como fin en vez de como medio, centrándonos más en la difusión que en el mensaje. Y no son los usuarios de redes sociales los que relativizan su gran valor como medios de conversación e incluso acercamiento a la persona que hay detrás de un perfil o usuario, sino el uso que se hace de sentencias, separándolas de su contexto.
Este tipo de manipulaciones y perversiones del «estatus social» incitan al usuario a un uso de las redes conversacionales menos auténtico, menos «verdad», más «popular» y menos comprometido, consciente de que se le medirá por el «tuit» y no por el conjunto de su bitácora social, su cronología 2.0.
En cuanto a mí, hace tiempo que también estoy en esa tesitura de uso más racional de las herramientas, vistas como medios para transmitir pensamientos y no como fin último de la realidad.
En política, que es mi ocupación principal, además, se hace un uso y abuso perverso de todos los medios, donde prima la declaración sobre la propuesta, donde parece interesar más la respuesta que el propio mensaje.
Y, realmente, el político sabe el uso que se le va a dar a sus mensajes, y eso mismo pervierte la verdad de su mensaje, conocedor de que se le medirá por un adjetivo, no por el verbo y predicado, ni digamos por el sujeto.
Y es aquí donde los blogs vuelven a recuperar todo su sentido, pues aúnan lo mejor de ambas variables, ofreciendo al mismo tiempo la posibilidad de difusión masiva y el espacio de reflexión, contenido y verdad necesario para obtener conocimiento en vez de sentencias.
Cuando escribes en tu blog sabes que el lector se tomará su tiempo, pero también que el contexto está en el entorno que tu has elegido, con las anotaciones personales, sociales y referencias, incluso estéticas, que tu has elegido para tu espacio personal.
Precisamente porque disponer de un blog no es tan inmediato como un perfil en una red social lo hace más tuyo, mas consecuente con toda tu complejidad como persona.
Desde el momento en que eliges el espacio hasta en el que defines el diseño, todo tiene que ver contigo, con tu forma de ver las cosas y como las quieres presentar a los demás, y cuando te enfrentas ante la pantalla en blanco, sin distracciones y cronologías actualizándose a ritmos frenéticos, sabes que lo que escribes se leerá, pero sobre todo que trata de ti, que eres tu y que tendrá que ver contigo.
Los blogs ofrecieron en su nacimiento un espacio personal e identitario al escritor incipiente, un medio de libertad sin más línea editorial que la propia personalidad del autor, que ahora, vuelve a ser un lugar para recuperar a la persona como contexto del mensaje, al individuo sobre la masa, a la reflexión por encima de la mera conversación.
Cuando tengo que conversar con alguien, entonces uso las redes sociales, pero cuando quiero comunicar de verdad, cuando quiero que se me entienda, con mis complejidades y banalidades, entonces recurro al blog, invito al lector a mi casa, y le animo a aceptarme o debatirme en lo que pienso, en mis dudas y mis certezas, dentro del contexto de todo lo que soy, más que solo de lo que digo.
Y es aquí, en este momento, precisamente cuando hay un mayor alejamiento entre la sociedad y quien rige sus destinos, la política, cuando creo que es más necesaria la reflexión, el contexto, la persona y como llega a esas conclusiones que cambian nuestras vidas. Desde un acercamiento y conocimiento más real y más cercano podremos entender mejor, incluso elegir mejor.
Artículo publicado en la sección de firmas políticas de la revista digital Sesión de Control
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Hablas de muchas cosas aquí Fernando, pero no creo que sean excluyentes los distintos medios de comunicación. Cada uno tiene sus fortalezas y debilidades. Incluso si me apuras, unos pueden apoyarse en otros e incluso potenciarse mutuamente.
El problema suele ser más de como distribuir el tiempo para utilizar más uno u otro, o si directamente se decide prescindir de alguno de ellos, porque corremos el riesgo de no hacer llegar nuestro mensaje a un determinado público.
Por cierto, relee la última frase del post, que me parece que sobra un «elegir mejor» :-)
Hay un problema adicional, la diferencia de lenguaje en cada medio, creo que fundamental.
Cierto es que cada medio tiene su ámbito y aporta cosas distintas, pero lo malo es que los medios sociales te quitan demasiado tiempo (y cerebro) para los otros
Ahí te doy la razón Fernando. El tiempo y las fuerzas son limitados y hay que administrarlos muy bien. De todos modos sigo pensando que el blog es un medio de publicación ideal, así como las redes sociales lo son de difusión. Herramientas como Hootsuite nos ayudan a ser más eficientes pero al final siempre hay que dar prioridades.
Un saludo!